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28 de mar de 20212 min.

Como muchas noches...

Actualizado: 28 de nov de 2022

POR GABRIEL MARIA PÉREZ

Fuente: Univers Àgatha / 28/03/2021, Barcelona

Fotografía: Pixabay

Con este nuevo artículo de Gabriel, muchos padres se van a sentir muy identificados. A medida que van pasando los años, todos nos volvemos más comprensivos.

Como muchas noches, me he levantado esta madrugada con ganas de ir al lavabo. El piso estaba en absoluto silencio.

Salí de mi habitación, al llegar al otro lado del salón abrí muy suavemente la puerta, no fuera que, como cada noche desde hace muchos meses ya, te despertaras y salieras con esa cara de sueño para iniciar tus erráticos paseos nocturnos, y la volví a cerrar, para mantener la calefacción programada.

Cerré la puerta del lavabo también lentamente, prácticament sin un sonido, dirigí mis pasos de nuevo hacia el salón, volví a abrir lentamente la puerta, cerrarla, poner la silla tapando la posibilidad de que, si te despertaras, pudieras irte al recibidor a hacer tus estruendos varios, como otras veces.

Atravesé el salón pero al llegar a la puerta de mi habitación oí un pequeño ruido y me dije, “No, no puede ser”.

Me quedé inmóbil unos segundos, un minuto... El silencio se mantenía... “Perfecto”.

Me pareció volver a oír otro ruido y, ante la incertidumbre, decidí sentarme en el sofá a esperar unos minutos, “Si se levanta la vuelvo a acostar”.

En efecto, de pronto se abrió la puerta de su habitación y de entre las sombras apareció ella, ojos oscuros y parte de la sábana enrollada en sus piernas, arrastrándola junto a sus pies.

“Otra vez, ¡otra vez!”, me dije, “¡otra noche más!”.

Fui hacia ella, le acaricié muy suavemente las mejilas, la cogí de la mano, me la llevé de nuevo a su cama e intenté que se volviera a acostar, pero no quiso, como tantas veces.

Así que, le puse su bata, su delantal y sus zapatillas, le di un poco de agua y le até sus tan queridas cucharillas de plástico a su brazo derecho.

Ella, dócilmente, se dejó hacer, empezó sus malabarismos con las cucharillas y se vovió. Era lo que quería: sus cucharillas, su noche, sus paseos noctámbulos, sus misterios.

Le di un beso dulce y le susurré un, “Pues yo me vuelvo a la cama”.

Justo antes de entrar a mi habitación lanzó uno de sus gritos “¡Aaaah!”

Para mí que fue un, “Duerme papá”.

Gabriel Maria Pérez

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