POR CLAUDIA WALLIS
Fuente: Spectrum / 26/01/2021
Ilustración: Julien Pacaud
Pocos estudiosos están mejor posicionados para abordar la historia de las enfermedades mentales y el estigma que les atribuimos que Roy Richard Grinker. Antropólogo cultural y experto en autismo de la Universidad George Washington de Washington, Grinker estudia cómo las sociedades de todo el mundo ven la salud y la enfermedad mental.
Grinker es también el vástago de tres generaciones de eminentes psiquiatras y psicoanalistas, lo que le da un punto de vista personal sobre más de un siglo de pensamiento psiquiátrico. Y, como padre de una hija con autismo, ha observado de cerca cómo el moderno movimiento de la neurodiversidad ha aflojado las garras del estigma.
En la introducción de su nuevo libro "Nobody's Normal: How Culture Created the Stigma of Mental Illness" (Nadie es normal: cómo la cultura creó el estigma de la enfermedad mental), que sale a la venta hoy, Grinker recuerda cómo su abuelo le contaba historias sobre su experiencia como uno de los últimos pacientes de Sigmund Freud. El deseo de Freud, según contaba el anciano Grinker a su nieto homónimo, era que algún día las afecciones psiquiátricas se consideraran "como un resfriado común, algo que todo el mundo padece de vez en cuando", y que la gente "acabara por no sentir vergüenza al buscar atención psicológica para sus problemas".
Esa misma esperanza subyace en el libro de Grinker, que revela cómo nuestras propias definiciones de las enfermedades mentales y nuestras nociones de "normalidad" apestan a prejuicios culturales que impiden a muchos buscar ayuda.
Definir lo "normal"
Grinker atribuye la "invención" de la enfermedad mental y su constante acompañante, el estigma, a las fuerzas económicas puestas en marcha en la Europa de finales del siglo XVII por la revolución industrial y el capitalismo. Con la industrialización, las personas con discapacidades intelectuales, esquizofrenia y otras afecciones cerebrales graves fueron trasladadas de sus hogares a manicomios, junto con los delincuentes, los deudores y los adictos; básicamente, cualquier persona considerada incapaz de ser un trabajador productivo y autosuficiente.
Una vez institucionalizadas, las personas eran clasificadas por sus cuidadores en categorías: "idiota" y "demente", "probablemente curable" y "probablemente incurable", y finalmente, términos más específicos y medicalizados. Las palabras "normal" y "anormal" se tomaron prestadas de las matemáticas y los promedios estadísticos.
A medida que se añadieron nuevas categorías de enfermedad y desviación percibida: manía, melancolía, demencia, masturbación (¡un diagnóstico real!), el número de personas consignadas a los manicomios, se disparó en Inglaterra y Estados Unidos. "Los expertos no sabían cómo explicar la aparente epidemia creada por las enfermedades que ellos mismos habían inventado y que ahora contaban", observa Grinker con ironía.
Entre los temas de Grinker está la idea de que las guerras traen consigo un mayor conocimiento de las enfermedades mentales y la simpatía por los afectados, al mostrar que incluso los mejores y más valientes de entre nosotros pueden sucumbir. Señala que la biblia de la psiquiatría, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), publicado por primera vez en 1952, se adaptó en gran medida de la clasificación de los trastornos mentales del ejército estadounidense.
En tiempos de paz, sin embargo, la simpatía y el conocimiento tienden a perderse, y el estigma reaparece. Grinker describe cómo la neurosis de guerra, definida durante la Primera Guerra Mundial, se asoció más tarde con la cobardía, y cómo los veteranos de la Guerra de Vietnam con trastorno de estrés postraumático (TEPT) llegaron a ser vistos como volátiles y peligrosos.
Si hay un resquicio de esperanza en las interminables guerras de Afganistán e Irak, escribe, es que "estas guerras han roto el ciclo de crear capacidad para la atención de la salud mental y luego olvidarse de todo lo conseguido".
La primera mitad de la historia de Grinker está repleta de hechos curiosos y cautivadores: Los puritanos no permitían que sus hijos pequeños gateasen porque se consideraba que gatear era algo infrahumano; a finales del siglo XVII, casi el 1% de la población de París (Francia) fue desterrada a un manicomio; los copos de maíz se comercializaron originalmente como forma de disuadir de la masturbación; en Estados Unidos, las antiestéticas ordenanzas sobre mendicidad, conocidas como "leyes de la fealdad", pretendían mantener a los pobres con discapacidades y desfiguraciones visibles fuera de las calles.
El autor a veces se deja llevar por sus propias afirmaciones atrevidas, escribiendo en un momento dado sobre "la invención de la mujer, una categoría de persona que no existía antes de finales de 1700". Puede que se refiera a la construcción social de la feminidad, pero, aun así, esto es un poco tonto.
Un poco de "TOC"
El libro de Grinker cobra vida cuando trata de la era moderna, donde puede aprovechar la memoria viva. Abarca grandes acontecimientos, como el movimiento de desinstitucionalización de los años 70, que detalla con estadísticas y un notable relato de testigos presenciales. En otras ocasiones, utiliza observaciones de su propio trabajo de campo transcultural que iluminan el grado en que el estigma y la discapacidad son construcciones sociales.
Describe, por ejemplo, el encuentro con la familia de un niño no verbal de 9 años con todos los rasgos clásicos del autismo en una aldea namibia de cazadores-recolectores ju/'hoansi. El padre del niño valora el talento de su hijo para pastorear cabras y encontrar objetos perdidos. Cuando se le pregunta si le preocupa quién cuidará del niño cuando él y su mujer falten, el padre se muestra realmente perplejo. Hace un gesto hacia sus vecinos y dice: "No vamos a morir todos a la vez".
El estigma también está profundamente arraigado en el lenguaje, algo que Grinker demuestra de múltiples maneras. En 2002, cuando los psiquiatras japoneses decidieron cambiar la palabra japonesa para referirse a la esquizofrenia, pasando de una frase que connotaba una mente permanentemente rota a otra que implica un "trastorno de integración" tratable, señala Grinker, aumentó enormemente la aceptación pública del diagnóstico. Del mismo modo, el TEPT se hizo más aceptable en Nepal cuando se presentó como un problema de la "mente-corazón" en lugar de la "mente-cerebro".
En las últimas décadas, los neurocientíficos han expresado la esperanza de que el descubrimiento de los genes precisos y los mecanismos biológicos que subyacen a afecciones cerebrales como el autismo y la esquizofrenia las harán más equivalentes a, por ejemplo, las enfermedades cardíacas o la diabetes, y por tanto reducirán el estigma.
Grinker no está de acuerdo. Señala que en algunas partes del mundo una base genética resulta aún más estigmatizante, ya que pone en duda las líneas de sangre. Y cree que las enfermedades mentales nunca pueden reducirse por completo a la biología. Al igual que ocurre con la hipertensión, la osteoporosis, la hipercolesterolemia, la obesidad y muchas otras afecciones, la línea que separa lo sano de lo que no lo es se construye o, como él dice, "se dibuja más por la cultura que por la naturaleza".
Grinker aplaude la reconcepción de las afecciones neuropsiquiátricas como continuos o espectros, tal y como se representa en la actual edición del DSM. Para Grinker, es un signo de progreso y de reducción del estigma cuando los "neatniks" se refieren a sí mismos como "un poco TOC", en referencia al trastorno obsesivo-compulsivo, o los "nerds" dicen que están "en el espectro". Estas frases demuestran que el estigma asociado a estas condiciones ha disminuido, y nos acercan a la visión de Freud de la enfermedad mental como algo a lo que todos somos propensos, de una manera u otra.
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