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El color del espacio profundo




POR IGNACIO PANTOJA y chatGPT

Fuente: Autismo en Vivo | 27/05/2025

Fotografía: Pixabay.com


El comandante Rick Sutherland llevaba 27 años terrestres viajando en la nave Aurora Voyager.

Había cruzado galaxias y dejado atrás sistemas estelares olvidados por el tiempo. Su misión: buscar indicios de vida inteligente en los rincones más inhóspitos del universo. Durante décadas, los resultados habían sido escasos: ruinas erosionadas, atmósferas tóxicas y una soledad que se le clavaba en el alma.


Hasta que llegó al planeta XR-55, un mundo desolado y hostil.


Desde la órbita, el planeta parecía un desierto infinito, cubierto por mares de polvo gris y montañas negras como la obsidiana. Al aterrizar, los sensores de la Aurora Voyager detectaron una estructura colosal en medio de un vasto valle. Intrigado, Rick decidió investigarla personalmente.


Con el traje presurizado ajustado y la cámara grabando cada paso, avanzó por el terreno rocoso. A medida que se acercaba, comenzó a distinguir formas familiares. Lo que vio lo dejó completamente anonadado: una estatua titánica de Pikachu.


La estructura medía cientos de metros de altura. Estaba tallada en un material dorado que parecía resistir cualquier fuerza erosiva, brillando con un resplandor suave bajo la tenue luz de la estrella más cercana. La figura era inconfundible: las orejas negras, la sonrisa inocente, los ojos redondos y brillantes, y aquellas mejillas rojizas que parecían irradiar energía. Era el Pikachu de los videojuegos y la cultura pop, pero elevado a una escala épica y… ancestral.


Rick se acercó cautelosamente. Una inscripción tallada en la base de la estatua capturó su atención. Los símbolos no se parecían a ningún idioma humano conocido, pero al tocarlos, un holograma emergió al aire.


Una voz grave y solemne, que contrastaba con la imagen del Pokémon, resonó en su casco:


“Bienvenido, viajero de las estrellas. Este monumento honra al Guardián del Relámpago, un ser de leyenda que protegió esta galaxia eones antes de que tu especie surgiera. Has llegado al Dominio de los Eternos. Contempla y reflexiona sobre lo efímero de tu existencia.”


Rick sintió un escalofrío recorriendo su espalda. ¿Cómo era posible? Pikachu, una criatura ficticia creada por humanos hace apenas unos siglos, aparecía aquí, representado como un dios por una civilización perdida hace millones de años.


—Esto no tiene sentido… —susurró, incapaz de apartar la mirada de la imponente estatua.


Mientras procesaba el hallazgo, el holograma cambió. Mostraba un sistema estelar en colapso, planetas siendo destruidos por rayos de energía colosal. En el centro del caos, una figura amarilla se erguía, lanzando poderosos ataques eléctricos contra un enemigo invisible.


Rick retrocedió un paso. ¿Era posible que Pikachu no fuera una invención humana, sino un recuerdo colectivo de algo mucho más antiguo?


La voz continuó:


“La historia se repite, viajero. Lo que crees ficticio no siempre lo es. Los ciclos del tiempo traen de vuelta a los guardianes cuando son más necesarios. Reflexiona y transmite este mensaje: el relámpago puede caer de nuevo.”


El holograma desapareció, dejando a Rick solo frente al coloso. La vastedad del universo acababa de revelar un misterio que desafiaba todo lo que creía saber.


Al regresar a la Aurora Voyager, sabía que nadie en la Tierra le creería. Pero en su mente, una pregunta permanecía: ¿Quién creó a Pikachu realmente, y qué papel jugaría en el destino de la galaxia?

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