POR ISABEL COMPANY
Fuente: Autismo en vivo / 20/12/2020
Fotografía: Bing
En el último artículo mencioné a Guillermo y lo que tenía que hacer para poder salir del metro de Barcelona. Bien, ahora vamos a conocer mejor a Guillermo Egido y explicar su calvario por la ciudad de Barcelona, hasta el punto de tener que escribirle, personalmente, una carta a su alcaldesa.
Guillermo se tiene que enfrentar (como 140.000 personas más en la ciudad de Barcelona), a verdaderas barreras arquitectónicas y, por ende, sociales.
A Guillermo le gusta salir por la noche (os hablo de antes de la pandemia), vivir la noche de Barcelona, pero tiene toque de queda. Resulta que los escasos taxis adaptados solo pueden circular hasta las dos de la mañana. Así que, o hace como Cenicienta, o le toca volver en transporte público, cuyo ascensor a esas horas lo cierran por vandalismo. Solución: te quedas en casa viendo la tele.
Ya cansado de denunciar a todas las entidades posibles, tendrá que acabar en un juzgado para poder demostrar que la ley le da la razón.
La discapacidad, en general, preocupa muy poco. Es más, diría que solo preocupa cuando te toca (frase de un arquitecto muy conocido, que también va en silla de ruedas y es el único que imparte una cátedra sobre arquitectura y discapacidad en Barcelona).
En España se creó una ley en el año 2012 para que tuviésemos todos libre circulación mediante la accesibilidad y seguridad de uso de todas las cosas (aquí siempre me acuerdo del abre fácil). Ahí creo que el que le puso el nombre no sabía de lo que estaba hablando.
Se dio una moratoria de 5 años para perfilar mejor dicha ley y para que los servicios públicos y privados se adaptasen a lo que ordenaba la ley.
Se crearon complicadísimos códigos técnicos para poder realizar las reformas necesarias. Va un ejemplo facilito:
¿Cómo debe ser una botella de agua?
Y eso que todavía no estábamos en modo “eco” y “bio”:
El tapón ha de tener el suficiente agarre y facilidad de apertura para no tener que pelearnos con él más de 20 segundos.
En el lateral izquierdo llevará un código braille con el nombre de la marca (a día de hoy solo hay una marca que lo lleva)
La etiqueta ha de tener un cuerpo de letra no inferior a 12 puntos y de palo seco (yo nunca he conseguido descifrar lo que lleva el agua ni de dónde viene)
Llevará un código QR para que el que no entienda el idioma sepa lo que está comprando (ojo que no estoy contanto un chiste)
Y así podríamos seguir…
Cuando parece que todo está entendido, digo yo que ya podríamos ponerlo en marcha… ¡Pues no!
Si no se cumple en una simple botella de agua, que es un idioma universal y que sabemos todos para qué sirve, pues ahora imaginaros en el resto de objetos.
Las únicas empresas que están cumpliendo (y porque las obligaron), son las de la industria farmacéutica.
Dicho esto, nos tenemos que mentalizar que, o hacemos presión para que se cumpla esta ley, que ya es de obligado cumplimiento desde diciembre de 2017, o seguiremos de la mano de Dios. Y mentalizaros, si llegamos a viejos, si tenemos un carrito de la compra o de bebé, o si nos hemos roto una pierna esquiando, o si somos repartidores de cerveza, etc., agradeceremos mucho esa bendita rampa que nos facilitará la vida.
Guillermo (ver al final la copia adjunta), ha escrito a todos los estamentos nacionales e incluso al europeo y… ¿sabéis qué? No ha obtenido ninguna respuesta.
Agradecería que leyeséis la carta a nuestra querida alcaldesa, Ada Colau, la empoderada reina de los derechos humanos y que empaticéis con Guillermo porque, aunque yo lo explique desde la ironía, es muy triste ver cómo se vulneran, constantemente, los derechos humanos, las leyes creadas por nuestros políticos y por el dinero que se han gastado creando varios comités técnicos de expertos en asesoramiento, para no hacer absolutamente nada, para infligir su propia ley.
Y lo que es peor, no es solo la Sra. Ada Colau, son todos.
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