POR GABRIEL MARIA PÉREZ
Fuente: Univers Àgatha / 14/11/2020
Fotografía: Pixabay
Gabriel, desde su profundo cariño hacia su hija, nos hace reflexionar lo agotadora que puede ser la falta de sueño para unos padres.
Parece que la última crisis que está pasando va a menos.
Parece, solamente, pues continúa sin mostrarnos su reluciente sonrisa, solo se atisba en algún momento.
Eso sí, hemos ganado en tranquilidad, por el hecho de que no golpea ni grita como hace tan solo unos días.
Pero continúa sin apenas dormir, la oigo en sus noctámbulos paseos, me desconcierta, me desvela y repercute en mi día a día: en el trabajo, en mis escritos, en mi concentración.
Ella sencillamente deambula y deambula por la casa, silente, comiéndose la blusa de su pijama y arrastrando suavemente sus piececitos por el suelo de madera.
Pero el susurro de ese suave caminar, a una persona con un sueño ligero como yo, le despierta, le hace dar vueltas en la cama hasta levantarse, buscar a la chica, acariciarla, quizás cambiarle el pañal si fuera necesario y, muchas veces esa blusa empapada por otra seca, más unos calcetines para que no tenga los pies fríos.
Intentas que se acueste de nuevo pero se levante al instante, como si tuviera un resorte.
Y así ya van varias noches, y te preguntas si los pocos momentos que duerme serán suficientes para ese cuerpecito frágil y bello a la vez, o para que su mente descanse lo suficiente.
Otro enigma dentro de sus enigmas.
Entonces empiezas a pensar y a preguntarte lo de siempre: ¿por qué no dormirá más? ¿se encontrará bien? ¿le damos algo? ¿le dolerá algo? ¿qué podemos hacer?
Mamá, semi-dormida, balbucea desde su rincón alguna pregunta similar a la anterior.
Y dejas la chica dando vueltas, aun es temprano y te vuelves a la cama... pero se te come el insomnio hasta que suena el despertador.
Otra noche en vela que desemboca en otro día pegajoso de sueño, de ideas poco claras, de cansancio extremo, con grandes esfuerzos para que el trabajo salga como tiene que salir.
Y muchas ganas de salir volando, de huír.
Así día tras día esperando que se acabe definitivamente la crisis.
Pero de veras, pese a mi agotamiento o a mi perenne somnolencia, no puedo dejar de intentar sonreír, de intentar provocar la sonrisa a los que tengo a mi alrededor.
Es lo que precisamente estoy deseando que recupere mi hija.
¿Qué es mejor, quedarnos con la amargura o repartir sonrisas?
Me quedo con lo segundo.
Creo que voy a intentar echar una cabezadita...
¿Me lo permitís?
Gabriel Maria Pérez
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