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¡Que abran ya la facultad de farmacia!

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POR IGNACIO PANTOJA

Fuente: Autismo en vivo

Fotografía: Pixabay

Siguiendo con el tema de la soledad, de la frustración y del dolor, me encuentro en uno de los peores momentos de mi vida, estoy sufriendo lo que denomino la soledad extrema.

Como escribí hace unas semanas sobre el libro de Jostein Gaarder “El misterio del solitario”, me siento auténticamente como Frode en la Isla Mágica, en un lugar inmenso vacío de seres humanos.


Y eso es un sentimiento que llevo por dentro y me desgarra, siento un dolor que me parece que me voy a derrumbar.

Todo empezó aquel 9 de marzo, cuando la presidenta Ayuso ordenó cerrar todas las universidades, colegios e institutos de Madrid y, desde hoy, la pesadilla no solo no ha acabado en 7 meses, sino que parece que llega lo peor y que un gigantesco lobo abre sus fauces en las que entrará nuestro destino.

La soledad, la falta de rutina, el miedo… todo ello son sentimientos depresivos que no me dejan dormir; las clases online no son lo mismo, cuando iba a la facultad tenía mi rutina, veía gente, quieras o no, pese a mis dificultades en la universidad, no dejaba de ser algo animoso a lo que me quería enfrentar días tras día.

Ahora el vacío es totalmente insoportable, el ver pasar la vida tras una ventana, la falta de acción y de pasión, de pena y ansiedad.

Y necesito, es una necesidad ya vital, como el beber agua o el respirar, que se abra esa facultad y poder volver a mi rutina y a relacionarme un poco.

Nunca nos damos cuenta de lo que valen verdaderamente las cosas hasta que las perdemos, e incluso una sonrisa de una chica joven de la facultad conseguiría, ahora mismo, que no me hundiese en este abismo oscuro e interminable que parece descender a las profundidades lovecraftianas.

El virus, nuestro querido coronavirus, no acaba de desaparecer, nunca, ahí oculto entre las sombras como si fuese un espectro que acecha a su presa y la devora en la depresión más inmunda.

Es un grito de socorro, ahogado, sin casi fuerza para emitirlo por mi voz, una pedida de ayuda de amor, comprensión y compañía de otros seres humanos que me liberen de este castigo brutal y descorazonado que me ha impuesto este mundo cruel.

Ojalá algún día vuelva el aire libre, el cielo, el sol y la verdadera libertad y me saquen de este infierno y de esta casa que es mi prisión.

¿Sobreviviré?

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