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Rendirse




POR GABRIEL MARIA PÉREZ

Fotografía: Pixabay



¿Locura, desespero, irracionalidad, agotamiento? No, todo lo contrario: fuerza y empuje es lo que necesitamos los padres de un hijo/a con autismo. ¡Gracias Gabriel!

(...)


Pronto hará unos seis años que saqué mi primer poemario, Perenne, un adjetivo dedicado a la sonrisa y la luz permanente que siempre irradia, mi hija. En una de las solapas escribí una mínima biografía al final de la cual explicaba que me gustaría poder sensibilizar sobre el trastorno del autismo. A partir de aquí y siempre gracias a las charlas con el bellísimo escritor y amigo ilicitano Antonio Buitrago han emergido dos proyectos culturales solidarios para con el autismo: Projecte Agatha y Univers Agatha Autisme. No, no me adentraré, ahora, a explicaros lo que se ha hecho con estos dos proyectos; sólo hablaré de sensaciones, de vivencias y de otros momentos vividos con estos proyectos, aunque uno, Universo, ya es una realidad: una asociación oficial del autismo. El hecho de tener una hija con autismo es muy duro: la cotidianidad del día a día se hace muy pesada. Desde el momento que me dieron su diagnóstico hasta el día de hoy, una serie de situaciones (más bien las duras y difíciles de llevar que las soportables) me han hecho disminuir las fuerzas y, directamente, ha acondicionado mi vida y, también, la del resto de componentes familiares, e incluso, la de amigos y conocidos. Con estos proyectos, con los que he intentado dar una «visibilización» del autismo ligado al sentimiento innato -muchas veces, pero no siempre- de ser solidario con los demás, te vas encontrando puertas que se abren, gente que se ofrece , artistas que quieren participar en los actos que organizas: poetas, escritores, músicos e ilustradores, gente sensibilizada, solidaria, gente ..., gente ..., gente ... Pero, de repente, reaparecen los egos, los grandes solidarios no solidarios, los que se han convertido en amigos íntimos, casi confidentes, con quienes participas y haces participar en eventos diversos porque crees en su persona, en sus sensibilidad y solidaridad, con su talante, y les das transparencia -esto, me enseñó a hacer mi padre, aunque, al mismo tiempo, me avisaba del peligro de «dar demasiado»-, hasta que recibes un portazo en toda la cara y te das cuenta que has sido un pardillo en sus manos. Lo más chocante es que no te das cuenta hasta que te pasa, a pesar de todas las advertencias y las señales que ya lo presagiaban. Y te acusan a ti o tu asociación de ser capitalista y otras incongruencias. Después, también están los falsos artistas, los que se hacen llamar «ultrasolidarios», cuando, de hecho, sólo llevan una máscara para conseguir el máximo de «likes» posibles en las redes sociales. Lo exaltan todo, te ponen por las nubes pero, de la noche al día, te meten en la bolsa de basura y lo atan bien atado. Es decepcionante ... ¡¡¡Cuánto papel mojado, tantas veces!!! Inexplicable y decepcionante, el hecho de encontrar que intentas dar transparencia y te convierten en opaco. Esto, muchas veces, te lleva a pensar en la retirada, a dejarlo todo en manos de otros, a desconfiar de amigos y conocidos o recién hechos, y el corazón se cansa... Sí: muchas veces dudas continuar ... En resumidas cuentas, son dudas razonables, ¿verdad? ¿Quién puede pensar que los amigos en quien confías te darán por saco? Perder amigos es duro, descubrir cómo otros sólo se cuelgan medallas sin respetar el resto también es duro. ¿Pero sabéis una cosa? Cuando estoy escribiendo estas palabras, me pasa por delante una personita que va arrastrando sus pies descalzos por el parqué de casa, en un silencio absoluto de palabras, y te mira de reojo, alza las manos en las que atadas a la muñeca lleva unas cucharillas de juguete que va repicando. Sigue caminando hacia una de las habitaciones. Sale de la habitación, vuelve a pasar por delante mío y me mira con cara de pocos amigos, si bien con una luminosidad absorbente... Y me quedo despistado. Intento cogerla de la mano pero me la suelta de un tirón y prosigue su camino. Me paro, miro al techo y me digo a mí mismo en voz baja: «¿Detenerme?», «¿Dejarlo?», «¿Rendirme?» ... Entonces, grito: «¡¡¡NI HABLAR!!!» Desde el otro lado de la casa se oye el grito de mi mujer: «¿¿¿Me estás llamando???»


Gabriel Maria Pérez



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