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Anécdota veraniega




POR GABRIEL MARIA PÉREZ

Fuente: Univers Àgatha | 07/08/2022

Fotografía: Pixabat



Se acercan mis vacaciones laborales de verano, ya toca y está haciendo un calor abrasador.


Es sábado por la mañana y salir a pasear se me antoja complicado porque las piernas pesan, el cuerpo suda y se vuelve torpe, la cabeza también está pesada, le cuesta pensar, hay una voz interior que dice, “No tengo ganas, no tengo ganas” y esto se contagia por todo el cuerpo.


O sea que te decides por quedarte en casa, hacer el vago al máximo y refrescarte con lo mejor que puedas encontrarte.


Abro la nevera, cojo un vaso de agua bien fría, pongo unos cuantos cubitos, exprimo una buena cantidad de limón y me dirijo al sofá para apalancarme un buen rato, más tarde ya tocaré la guitarra un ratito.


Antes paso por delante del equipo de música, lo enciendo en modo Bluetooth, la pantallita parpadea hasta que detecta mi móvil y yo, con el vaso de agua con limón casi helada, hago un traguito que me esparce un frescor con un punto de acidez delicioso por la boca, suspiro, pongo música acústica suave, un poco de Bob Weir, pero al dirigirme al sofá me encuentro a mi hija Àgatha con autismo severo, estirada en el sofá, con el brazo derecho en alto jugueteando con sus cucharillas de plástico.


Lo primero que hago es soltar un “¡Oh!” de desencanto y de complacencia a la vez, para seguidamente apartarle un poquito las piernas, sentarme un poco incómodo junto a ella y acariciarle las rodillas.


Ella no me mira y de pronto empieza a cantar a su manera (un mismo tono agudo).


Le digo, “¿Te gusta esta música tan tranquila, verdad? “, baja la mirada y me regala una sonrisa estratosférica, deslumbrante.


El calor se ha difuminado, claro que también puse un poco el aire acondicionado, pues dentro de casa estábamos a veintinueve grados, reconozco que puede ser un lujo, pero no aguanto el calor.


De pronto, Àgatha se levanta, con esa gran sonrisa, con su canto, y se va, poco a poco, pasillo arriba, pasillo abajo.


Me aprovecho de la ocasión y me apalanco en el sofá del mismo modo que ella unos instantes antes.


La música sigue sonando, su voz y el sonido de sus pasos rozando el suelo se aproximan y se alejan varias veces.


El vaso de agua ya está casi vacío y me estoy endormiscando.


Con los ojos semicerrados, la música sonando en un tono suave, escucho los pies acercándose de nuevo sigilosamente hacia mí, se paran y...


¡¡Horror! !


Àgatha se ha dejado caer con todo su peso encima mío aplastándome con sus rodillas en mi barriga...


Tras recuperar el aire, con ella aún sobre mí, intento incorporarme, hasta que con suma fuerza, pero delicadamente también, consigo que nos levantemos los dos, yo algo magullado y ella, con una sonrisa maliciosa y sus blancos dientes brillando.


La riño sin malicia, como si se tratara de un niño de muy pocos años, “¿Qué haces mala?”


Ella me mira, se da la vuelta y vuelve a desaparecer por el pasillo.


Me quedo sentado en el sofá, aún algo magullado, cojo el vaso de agua y echo un nuevo trago, ahora ya no está tan fresquita y sí un poco más amarga debido al poso del limón.


Me levanto, voy a la habitación donde tengo las guitarras, cojo la acústica y de espaldas a la puerta, me pongo a cantar una canción popular catalana para niños, luego otra de Jaume Sisa, un cantautor galáctico catalán, hasta que siento el golpear muy suave de algo en mi espalda.


Me doy la vuelta, es ella con una sonrisa de mejilla a mejilla, hace movimientos como si bailara.


Paro, dejo la guitarra a un lado, la abrazo intensamente hasta que me separa de un empujón y marcha de nuevo por el pasillo hasta el recibidor.


Yo, halagado, vuelvo a coger la guitarra y a cantar más canciones.


Ella vendrá y volverá a marchar de nuevo varias veces más con esta lustrosa mirada.


¡La quiero tanto!



Nota: me tomo unas vacaciones. Vuelvo en unos días. ¡Mucha calma y sonrisas!


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