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¿Felices fiestas?




POR LOLA RAMOS

Fuente: Autismo en Vivo| 22/12/2021

Fotografía: Autismo en Vivo



Cada año, el día de mi cumpleaños, encontraba una carta en el buzón. En el remitente ponía “papito” y, a pesar de los años que iba cumpliendo, me saludaba llamándome “pichurrita”.


Cada año, el día de mi cumpleaños, encontraba una carta en el buzón. En el remitente ponía “papito” y, a pesar de los años que iba cumpliendo, me saludaba diciéndome “pichurrita”. A los 28 seguía llamándome igual y a mí me encantaba porque esa palabra era el último espacio que habíamos compartido desde que nací y que no había sucumbido a nada.


Voy vestida de pastorcilla. Me han seleccionado para ser la narradora de la representación navideña de la clase. Estoy super emocionada pero los leotardos me pican. Subo al escenario. Me coloco delante del micrófono. Me tiemblan las piernas. Leo. Me aplauden. Es uno de los mejores días de mi vida. Miro hacia el fondo de la sala y veo a mi madre. No recuerdo su cara, no recuerdo su cuerpo.


Recuerdo su gesto.


Recuerdo tenerla encima muy rápido. “Tenemos que irnos”.


Miro hacia arriba y el maletero del coche redimensiona el cielo encapotado. Hay una maleta dentro. Mi madre la abre porque hace frío y necesito un jersey más. Hay ropa mía y mi peluche de dormir. “¿Dónde vamos?” “A casa de los tíos” “¿Por qué no vamos a casa?”.


“No volveremos a casa”.


Y no volvimos.


No volvimos a comer juntos. No volvimos al cine juntos. No volvimos a prepararnos para fiestas o para eventos importantes juntos. No volví a levantarme de la mesa para ir a jugar a mi cuarto de juegos. No volví a escuchar sus cuentos durante el baño. No me volvió a peinar delante de la tele. Mi espacio dejó de ser mi espacio. Mi familia, dejó de ser una familia.

Se acabaron nuestras navidades. Se acabaron nuestras vidas.



Sombra


Me he imaginado mil veces qué le pasó a mi padre cuando llegó a casa sin esperarse nada. No estábamos. No regresamos. Me pregunto cómo debe vivir un cambio tan brusco, un duelo tan desgarrador una persona con autismo. ¿Qué se quedó anclado en su alma? ¿Qué se perdió para siempre?


A raíz de este evento, mi padre desarrolló un cuadro de ansiedad depresivo. Dejó de venir a buscarme al año del divorcio más o menos. Volvió 4 años después, cuando estaba a punto de cumplir 12. Cuando le pregunté, al cabo de muchos años, qué había pasado y por qué había decidido dejar de verme él me dijo que era porque no estaba bien y porque no podía hacerme estar bien: “Primero tenía que aclarar muchas cosas para que cuando estuviéramos juntos, estuviéramos bien. Me producía dolor físico estar contigo. Sé que es difícil de entender, pero me recordabas cosas que me dolía demasiado recordar. Ahora, poco a poco, estaré mejor”.


Es importante entender el impacto que ciertos actos y cambios provocan en la vida de alguien con autismo y en la vida de las personas que dependen de esta persona. Es necesario reflexionar sobre el poco acompañamiento emocional que recibimos en general, y en lo poco valorada que está la salud mental y emocional actualmente, independientemente de los maratones, recaudaciones e iniciativas mediáticas (bastante superficiales en cuanto conceptos, conocimientos y difusión relacionada con el autismo se refiere, por cierto) que se hagan: no se consigue transmitir bien el mensaje.


Se necesitan apoyos SIEMPRE, independientemente de si hay diagnóstico o no. La PREVENCIÓN, el ACOMPAÑAMIENTO INDIVIDUAL y la INFORMACIÓN son CLAVES.


Me cambiaron de escuela. Me cambiaron de casa. Me cambiaron de amigos. Mi padre se quedó sin mí y yo me quedé sin él y con un síndrome del abandono que marcó todas mis relaciones hasta casi los 30. Nadie habló conmigo. Nadie empatizó con él.


Es más fácil culpar que entender.



Luz


Cada año, el día de mi cumpleaños, encontraba una carta en el buzón. En el remitente ponía “papito” y, a pesar de los años que iba cumpliendo, me saludaba diciéndome “pichurrita”. A los 28 seguía llamándome igual y a mi me encantaba porque esa palabra era, quizá, el último espacio que habíamos compartido desde que nací y que no había sucumbido a nada. Era nuestro bastión. Nuestro santo y seña.


Dentro del sobre había una postal, siempre decía lo mismo y siempre estaba escrita con tinta verde “Me da serenidad y cuando escribo me cuesta menos si es con tinta verde que si es con tinta azul”. Ponía: “Muchos besos locos, papito”, y llenaba toda la postal de bangs de cómic con dentro la palabra “¡Mua!”.


Las navidades me provocan siempre sentimientos encontrados. El pasado está lleno de nostalgia. El presente está lleno de felicidad y de esperanza.


Me pregunto qué le provocarán a él. Y cada año, cada año, pido que me coja el teléfono. Que vuelva a empezar todo. Que vuelva a resetearse el anclaje.


“Muchos besos locos, Papi. Espero dejar de dolerte algún día. Feliz navidad”


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