POR GABRIEL MARIA PÉREZ
Fuente: Univers Àgatha / 28/02/2021, Barcelona
Fotografía: Pixabay
Esta vez voy a hablar de algo que a las personas en general nos transmite mucho, como son las miradas.
Claro que yo me referiré a estas miradas relacionadas con las personas con autismo que nos rodean y, como no puedo saber de las miradas de los hijos con autismo de tantas familias que tienen algún miembro con autismo o amigos con algún tipo de autismo, pues intentaré hacerlo con las de mi hija Àgatha, que tiene autismo severo no verbal.
Como he comentado en mis últimos artículos, Àgatha ha estado inmersa en una última crisis muy duradera, van ya prácticamente unos cinco meses.
Cinco meses con un inicio de crisis realmente frenética.
Cinco meses que, al parecer, por fin están tocando a su final, pues la calma empieza a habitar en ella y también tímidas sonrisas, así como unos ojos limpios y claros, pese a la oscuridad de sus pupilas azabache.
Pero su mirada durante la crisis se volvió oscura, falta de luz, como una antorcha en brasas, pero sin llama. Transmitía una sensación de dolor en el corazón de sus padres.
Esa mirada, en el máximo de sus crisis nerviosas, era vidriosa, encendida de electricidad sin chispa, pero energética, como si irradiara una corriente de alto voltaje debido al malestar zozobrante. Transmitía una pena y una desazón a sus padres que no conseguíamos evitar.
Las pocas horas de sueño le confirieron una mirada lánguida, apagada, cansada, sin fuerza, y transmitía una sensación de no saber qué más hacer a sus padres.
Cuántos padres sufrimos de estas miradas, de un modo u otro, que contagian estas sensaciones agrias y que no sabemos descifrar del todo, pues nuestros hijos no saben explicárnoslas, bien porque no hablan o por la dificultad de expresarse debido a su trastorno.
Y de repente, un cambio súbito, una luz en su mirada, tranquila, ojos claros, fuentes de calma, de bienestar, de final de camino tortuoso.
Y mi hijita me mira dulcemente, como si no hubiera pasado nada, como si todas las malas ondas hubieran volado al infinito.
Entonces le acaricio la mejilla, muy suavemente y me ofrece una sonrisilla, tan dulce…
Los padres de hijos con autismo vivimos en una montaña rusa de sabores y sinsabores, por eso siempre necesitamos de la empatía de quienes nos rodean, la sociedad en general y las instituciones oficiales por obligación, y estos últimos deberían dar mucha más ayuda, a todos los niveles de las que ofrecen o prometen que vayan a ofrecer.
Parece que oigo a Àgatha repiquetear sus cucharillas de plástico. Voy a jugar con ella un ratito.
Gabriel Maria Pérez
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