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Observación




POR GABRIEL MARIA PÉREZ

Fuente: Univers Àgatha | 16/05/2022, Barcelona

Fotografía: Univers Àgatha



Tras expulsar unos cuantos demonios en mi último artículo, he querido hacer un cambio de chip y adentrar-me en la pura observación de mi hija Àgatha con autismo severo.


Son veintidós años conviviendo con esta persona extraordinaria, sufriendo, luchando (volvemos a mis últimos tópicos, ya repetitivos), y disfrutando de grandes buenos momentos con ella.


Sus sonrisas, sus carcajadas, sus miradas, unas veces perdidas, otras veces inquisitorias, como si te estuviera escudriñando o amenazando, otras relucientes...


Nunca o en muy pocas ocasiones, miradas húmedas de lágrimas, posiblemente por ese no entender de tristeza o ese mal interpretar el dolor físico, la rabia, la pena...


Pura inocencia.


Durante largos ratos camina a oscuras por el pasillo de casa, voy a su encuentro y le acaricio la espalda, luego me pongo frente a ella y le acaricio también las mejillas o la beso.


Ella sigue su recorrido sin dedicarme una pausa, hasta el fondo, en el recibidor.


Me acerco de nuevo, enciendo la luz, le hablo flojito y no puedo evitar besarla otra vez.


Parece como si me ignorara.


O bien mueve más rápidamente las cucharillas de juguete que lleva atadas a su muñeca derecha, o bien da un pequeño pataleo al suelo, se da la vuelta y regresa por el pasillo hacia el comedor.


Y yo tras ella unos pasos después.


Parece que te está ignorando, pero no es así, de repente se gira, te mira, baja la mirada y reanuda sus paseos pasillo arriba, pasillo abajo.


Yo la sigo de nuevo un par de veces, le doy otro beso más en la mejilla, a veces un pequeño abrazo hasta que, tras el último regreso al comedor, me siento en el sofá unos minutos.


Entonces vuelve de su última ida por el pasillo, pero esta vez se acerca hacia mí, levanta y repiquetea las cucharillas, en ocasiones se ríe mientras me lanza una mirada traviesa de reojo...


Eso significa que me echa de menos en su repetido voy y vengo, y me lo dice a su manera.


Es maravilloso.


Otras delicias, como cuando la cambio para ponerle el pijama antes de dormir.


Su posición es de absoluta sumisión, cabizbaja con la mirada perdida, cuerpo relajado, manos laxas.


Puedes moverla a tu antojo, ella se deja hacer con una docilidad extrema.


Luego, ya acostada, se acurruca en posición fetal hacia su derecha, me acerco para besarla y recoge aún más la cabeza, signo inequívoco de que quiere evitar el roce con mi barba, un gesto instintivo que me maravilla.


Algunas tardes cojo la guitarra y me pongo a cantar alguna cancioncilla melódica.


De repente, siento cómo alguien me toca ligeramente la espalda, me doy la vuelta y es ella, quien, con una de esas brillantes miradas, me mira, sonríe y canta a su manera (emite un tono agudo largo).


Ver esa sonrisa y sobre todo, que a alguien tan especial como ella le pueda gustar lo que canto, me hace sentir una felicidad indescriptible.


Cuando tiene hambre va a la cocina, busca con la mirada si su plato ya está hecho y mueve los labios y la lengua de forma parecida a lo que hacen los bebés cuando sienten que es la hora del biberón.


Pasados unos minutos, después de comer, se relaja y si puede, se echa sobre su cama, no necesariamente para dormir, pero se queda muy quieta, moviendo las cucharillas de forma repetitiva una y otra vez.


Hay más y más momentos de observación, momentos superiores casi siempre, no es tan solo el amor de padre, es el amor a los enigmas de un trastorno complicado de comprensión que ella convierte, mayoritariamente fuera de tiempos de crisis, en instantes de magia absolutamente cautivadora.


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