POR GABRIEL MARIA PÉREZ
Fuente: Univers Àgatha | 28/11/2021, Barcelona
Fotografía: Pixabay
Los tres esperan un taxi, son las 10,45 y tienen hora con el neurólogo infantil a las 11,00h.
El padre, un tipo con una barba con tintes blancos/canosos, gafas de pasta negra y sombrero negro ve a lo lejos la tan esperada luz verde y alza su brazo derecho haciendo pequeños visibles aspavientos, mientras la madre, una mujer de pelo rizado y con gafas de pasta marrón, coge fuertemente de la mano a la pequeña que aguarda con una inhabitual tranquilidad.
Entran en el taxi, el padre da la dirección y el taxista, secamente, contesta –vamos–.
Dentro del vehículo, el padre, sentado a la derecha, juguetea con nerviosismo con sus dedos, mira por su ventana en silencio y cada pocos segundos repasa la hora en su móvil, temiendo llegar tarde.
La madre mira al frente, acariciando la piernecita de la pequeña, quien se mantiene también en silencio, con su lánguida y preciosa mirada también al frente.
Cuando de pronto la niña suelta un grito desgarrador:
¡¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!!!
Y seguidamente un frenazo en seco del taxista:
¡¡¡Niñooo, qué es esto!!! ¡¡¡vaya susto!!! ¡¡¡A qué viene ese grito, joder!!!
La madre, tapándose la boca con su mano izquierda le comenta al taxista,
–Disculpe, pero es que es una niña con autismo y lo hace sin más–.
Llegados al final del trayecto, una vez pagada la carrera, salen del taxi y cuando éste empieza a alejarse, ambos padres se echan a reír con sonoras carcajadas hasta humedecérseles los ojos, mientras la niña, cogida esta vez de la mano del padre, los mira sin inmutarse.
Por cierto, llegaron puntuales…el neurólogo, para variar, unos minutos más tarde, quizás le faltó un grito interno que lo impulsara también.
Gabriel Maria Pérez