POR GABRIEL MARIA PÉREZ
Fuente: Autismo en vivo | 01/08/2021, Barcelona
Fotografía: Pixabay
Verano, calor, sudor, incomodidad, ganas de refrescarse, final del curso, en casa, pocas salidas, nuevo cambio de hábitos.
Así es, año tras año realizamos algunos cambios mínimos que no nos entorpecen demasiado en el día a día a nosotros, a las personas digamos “normales”.
Al revés: nos alegra la llegada del verano porque las vacaciones están cercanas y nos pasamos el día esperando que llegue ese momento.
Sin embargo, a estas criaturas con autismo se les va la cabeza, porque de nuevo les cambian esos hábitos diarios de levantarse a la misma hora, desayuno y recogida del autobús para llevarlos al centro y todo el resto de hábitos cotidianos que realizan en ese centro al que van.
Otra vez en casa durante un largo tiempo, exceptuando el de la posible salida o viaje con los papás: otro cambio de sitio que comportará otro cambio de hábitos y otro desbarajuste en su mente.
De más pequeña nuestra hija nos sorprendía con una gran exaltación a los cambios de cosas en casa, por ejemplo, muebles nuevos, cambio de la posición de una mesa o de algún objeto de adorno a otro lado del salón, etc.
Después, el miedo a las sombras de los árboles, el pánico con los petardos de las verbenas, la hiperexcitación con las luces navideñas, etc.
Todas estas exasperaciones pasaban solas con el paso de los días, pero nos dejaba huella para gran parte de las vacaciones.
Los chicos con autismo reaccionan así al brusco cambio de lo que es su percepción habitual de las cosas del día a día y su reacción puede ser de crisis nerviosas, risas sin sentido, autolesiones e incluso epilepsias u otros cuadros depresivos.
Es su manera de interiorizar y exteriorizar.
Y así año tras año.
Con la edad parece que asimilan mejor esos cambios, y somos nosotros, los convivientes, los que tenemos que estar más por ellos, acompañarlos, e intentar sustituir esa extrañeza por un apoyo con una cercanía más hacia ellos, palabras dulces, música suave, alguna caricia (no todos las aceptan).
Quizás no nos transmitirán un gracias o no veremos grandes cambios, pero estoy seguro que aprecian todo lo que hacemos por ellos.
Su percepción será diferente, su manera de darnos a entender que nos sienten, también, y seguro que agradecen estos delicados momentos en los que más nos aproximamos a ellos.
Y quizás, como mi hija, nos acaben mostrando una enorme sonrisa complaciente.
Así, la pequeña crisis de inicio de las vacaciones se habrá difuminado.
Vuelta al cole y, probablemente, vuelta a empezar de nuevo con el nerviosismo.
¡Feliz resto de verano!
“Nota: éste será mi último articulo de esta temporada por motivos estivales, nos leemos a partir de septiembre”
Gabriel Maria Pérez
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