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¿Y dónde se ha metido? (Cosas de casa)




POR GABRIEL MARIA PÉREZ

Fuente: Univers Àgatha | 20/11/2022

Fotografía: Pixabay



Llegué a casa de regreso del trabajo y, como cada día, al traspasar la entrada se encontraba mi gata Ivy recibiéndome con su linda mirada.


Inevitable acariciarla con las puntas de las uñas por detrás de las orejas mientras ella cerraba sus ojos lenta y complacidamente.


Me sorprendía que desde el recibidor no se oyera ningún otro ruido al otro lado de la casa, ya que, o bien está mi mujer con la radio puesta mientras se prepara para marchar a dar unas clases, o bien Àgatha, mi hija con autismo severo, puede que también venga a recibirme o que se oigan sus cucharillas de juguete golpeando al aire o en la pared, en esas estereotipias comunes en ella.


Las estereotipias son movimientos incontrolados del cuerpo, como el balanceo, el aleteo de manos o movimientos de las piernas. Estos son movimientos repetitivos y rítmicos que se incrementan cuando hay estrés, sobre-estimulación, ansiedad, falta de habilidades de comunicación, o en el caso de niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA), también son una forma de expresar sus sentimientos para trasmitir algunas emociones, como una manera de autorregularse y tener autocontrol.


Pero no, un silencio casi total, hasta que me di cuenta de que desde el interior del baño, cuya puerta estaba cerrada, se oía la radio, por lo que confirmé que mi mujer sí que estaba, sobre todo cuando grité un sonoro ¡¡Hola!! y ella respondió a través de la puerta, Estoy aquí amortiguadamente.


Continué mi camino hasta la siguiente parada, la cocina, para dejar las fiambreras que me llevo para comer en el trabajo.


Continuaba el silencio en el resto de la casa, excepto el murmullo de la difuminada radio.


Tras la cocina tocaba el salón, ahí es donde esperaba encontrarme con mi hija y antes de entrar la llamé, Àgatha, ya he llegado, ¿Cómo estás?


Como no podía ser de otra manera, tampoco respondió.


Entré en el comedor y en efecto, mi chica tampoco estaba ahí.


Entré en su habitación, que da al mismo comedor y tampoco estaba ahí.


Sólo quedaban dos habitaciones más, como sé que le gusta ir a la mía para mirar por la gran ventana que tenemos los coches que suben calle arriba, me dirigí a esta directamente, pero de nuevo, al entrar, ella no se encontraba ahí.


Extrañado empecé a llamarla, eso sí, sin demasiada preocupación, seguramente estaría en el baño con mi mujer como muchas otras veces, volví tras mis pasos y golpeé suavemente la puerta.


Mi mujer respondió un quejoso ¡Quéee! ¡Ahora salgo, que tengo prisa para marchar a dar la clase!, le pregunté si Àgatha estaba con ella y me contestó que no, que tenía que estar por ahí dentro de casa.


Total, que ya no sabía donde buscarla más y ya empecé a preocuparme un poco.


Durante unos instantes recordé que la puerta de entrada a casa, al llegar del trabajo, estaba cerrada con una vuelta como siempre, para que Àgatha no pueda abrirla y marcharse o caer por la escalera que está delante mismo, eso significaba que no había podido salir de casa antes de que yo llegara.


Entonces me pareció oir un ruido seco desde la cocina e instintivamente volví a entrar en esta.


Nuestra cocina está dividida en dos partes, una donde están las encimeras, los armarios, el horno, los fogones, etc, y otra parte más pequeña, donde está la lavadora y el tendedero, que da al patio de luces.


Me giré a la derecha y en efecto, allá estaba increíblemente sentada mi hija, (y digo increíblemente porque es culo de mal asiento y se levanta a los pocos segundos de sentarse), con sus cucharillas de juguete atadas suavemente a su brazo derecho, pero sin mover ni las las manos ni el resto de su cuerpo y con la mirada perdida.


Le grité con una sonrisa de sorpresa, ¡Àgatha! ¿Qué haces aquí tan silenciosa?, le di un beso en la frente, me regaló una brillante sonrisa que me dejó fundido, y se quedó de nuevo sentada sin moverse.


Pocos instantes después, salió mi mujer del lavabo, asomó la cabeza y le dije que Àgatha estaba extrañamente sentada allá en silencio y sin moverse.


Me contestó un sencillo,


¡Claro, está esperando que le hagas ya la merienda!



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