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Àgatha y su diversidad




POR GABRIEL MARIA PÉREZ

Fuente: Univers Àgatha / 03/10/2021, Barcelona

Fotografía: Pixabay



Ha llegado el otoño, para mí una de las mejores estaciones del año: ni calor, ni demasiado frío al principio, grises mezclados con los ocres de los bosques, olor a tierra húmeda...


Todo esto, al menos, por estos lares mediterráneos.


Parece que con esa vuelta a la normalidad, Àgatha ha recuperado la calma, aunque en algunos momentos creemos que demasiado y todo, pues cuando regresa del centro donde pasa la mayor parte del día, solo tiene ganas de estar recostada y echar sus cabezaditas.


¡Y lo que nos cuesta despererezarla!


Àgatha tiene tanta diversidad de acciones que nos deja contrariados muchas veces, y es que, al no hablar, nunca podemos saber del todo el motivo de estos pasos de un extremo (nerviosismo interminable), al otro (relajación demasiado profunda).


Actualmente es como si todo el sueño que perdió, todas esas noches y días en vela durante prácticamente seis meses de su dura última crisis, lo estuviera recuperando a pasos agigantados.


Y lo mejor de todo: ha vuelto a sonreír... no mucho, pero por algo se empieza.


Llegado a este punto quería recordar la gran sensibilidad de estas personas que conviven con nosotros en un mundo enigmático como el suyo.


Su percepción de la realidad diverge de la nuestra. Está pero no está. Parece que no controla pero lo hace más de lo que nos imaginamos.


Su mente es especial, su manera de actuar, de expresarse, de moverse es absolutamente diferente de como nosotros lo hacemos.


Realmente es un enigma entre enigmas el poder llegar a saber lo que ronda por su mente, sus percepciones, sentimientos.


La idea de que no saben comunicarse con las personas de su entorno parece clara:


como no habla, como no se explica, como no gesticula... parece que no se comunica.


Pero realmente su manera de actuar, los movimientos de su cuerpo, su rostro iluminado o no, esa manera de apoyar todo su cuerpo al de su conviviente, esa sonrisa, esos ojos abiertos o apagados, esa apatía.


Cuando Ágatha tiene hambre sus piernecitas se mueven nerviosas, va directa a la cocina y mira alrededor, nerviosa, buscando con ese mirar expectante.


Cuando quiere salir a pasear y nos espera en la puerta de la entrada, nos mira como si nos dijera, ¿salimos ya?


Cuando quiere dormir, muchas veces se pone delante nuestro y se frota los ojos.


Cuando lleva alguna sorpresa en el pañal, se acerca y se apoya como diciendo, tienes que limpiarme.


Momentos mágicos:


Cuando le cantas y baila en círculo, con pequeños pasitos, y te agarra del brazo suavemente.


Cuando ríe y ríe y suelta gritos de alegría.


Éstas son algunas de sus maneras de expresarse y de las que sus papás o familiares convivientes entendemos de una manera instintiva.


Pero también están las expresiones de malestar:


Ojos oscuros, seriedad, retorcer los labios, patadas sin sentido, golpes en la pared, insomnio, gritos... CRISIS.


Todo esto forma parte de mi hija con autismo severo, todo esto forma parte de sus enigmas y de nuestra vida cotidiana.


Pero en estos momentos solo quiero disfrutar plenamente de la calma que nos está transmitiendo, y no dejaré de insistirle para que ría mucho mucho más.


Quién sabe, quizás como me dijo mi madre:


“A lo mejor ya no se ríe tanto porque se ha hecho mayor”.



Gabriel Maria Pérez



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