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Àgatha y un día de verano




 

POR GABRIEL MARIA PÉREZ

Fuente: Univers Àgatha | 02/07/2023

Fotografía: Univers Àgatha



Ya es verano, el calor, que parece que llegó antes de tiempo y que no me deja respirar, me aletarga,me funde y necesito un ventilador urgente o un poco de aire acondicionado, litros de agua, alguna cervecita y sobre todo, no acelerarme demasiado.


Cuando llego a casa del trabajo, estos días en los que el verano metereológico acaba de entrar, abro la puerta del piso agotado, sudoroso y pensando en sentarme y relajarme un poco.


Como siempre, espero encontrarme a Àgatha, mi preciosa hija de veintitrés años con un trastorno severo de autismo, recibiéndome en la entrada, junto con Ivy, mi llenita y linda gata de pocos años.


Pero hoy solo ha aparecido Ivy, Àgatha extrañamente no ha venido a recibirme.


Dejo mi bolso en la entrada, acaricio la gatita suavemente, ella hace pequeños dulces maullidos y come y come de su comedero.


Tras girtar un ¡Hola!, atravieso por el pasillo esperando encontrarme a mi hija en el trayecto hacia el comedor, pero no, no está tampoco ahí.


Me saluda mi mujer, que está sentada en el sofá, tecleando el portátil en una mesita, nos damos un beso.


-¿Y Àgatha? ¿Dónde está?-


Mi mujer me dice que debe estar en su habitación y me dirijo allá, pero tampoco está.

Finalmente entro en mi habitación, y allí está, recostada panza abajo en mi cama.


Estoy sudoroso, con ganas de cambiarme la ropa húmeda y ponerme más fresco, o sea que me pongo las zapatillas, sentándome de espaldas a mi hija.


De pronto siento como ella se remueve en la cama y, tras un pequeño silencio, su mano se posa en mi hombro derecho.


-¡Hola Agathina! ¿Cómo estás?-


No contesta, quita la mano de mi espalda.


Me levanto, me doy la vuelta y, como tantas otras veces, me quedo maravillado con su sonrisa lustrosa de complacencia de saludo de bienvenida.


Probablemente sea la habitación más fresca de la casa a esta hora, y como a ella le encanta retozar en mi cama, se habrá quedado recostada con pereza para venir a recibirme al recibidor.


Tras cambiarme de ropa, me pongo a su lado y jugamos, más a su manera que a la mía, durante unos minutos, hasta que, de repente y sin previo aviso, se incorpora, me lanza una mirada seria de soslayo y desaparece por la puerta de la habitación.

Sonrío y pienso que es imprevisible.


Me levanto, salgo y veo que está entrando en su habitación, la dejo estar y me siento junto a mi mujer.


-¿Ya la has encontrado? ¿Dónde estaba?- me pregunta sin alzar la vista de la pantalla del ordenador.


-Está en su habitación-, contesto.


-¡Ah, ya lo suponía!- contesta.


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